Gelatina broncínea... o amarilla, alternativa que casi deviene dilema
Gelatina Amarilla fue el nombre original de un relato que escribí a inicios de la década del setenta, su nombre no adeuda agradecimiento a Mantequilla Azul de Theodore Sturgeon ya que él recién lo escribiría luego de un par de años o al tomito de Bruguera: Ciencia ficción. Selección 25 que recién compraría en Lima tres lustros después; lo escribí imitando las reglas lovecraftianas, algo ha quedado impregnado en algunas de sus líneas, aunque clasifica más como broma fallida por desencuentro de culturas... ¿o de mundos?, la semilla de los acontecimientos ocurría en mi casa de la Calle de la Cruz, en el barrio San Diego, Cartagena, hay huellas, diminutas, pero de haberlas, haylas, casi todo el horror ha fugado y/o se ha infiltrado para camuflarse y sobresale nítido lo lúdico erótico y ese quizás sea su único valor, recuperar ese goce para la fantasía, que no se trata de elfas macizas y pacatas ni de brujas cuya lujuria condimenta pero no alimenta sino de magas que manipulan torsiones cuán