Matrices de Pat Cadigan: Sorprendente performance que no recibió la atención que merecía


Fue una auténtica suerte que una editorial pequeña (Cántaro) se decidiera a arriesgarse por una autora poco conocida, algunos relatos lograron pasar a través de la tupida malla de las editoriales dedicadas a reiterar en los autores archiconocidos: Angel, Rocqueando, Te de un taza vacía, de repente alguno más pero no lo conozco, por eso voy señalando la necesidad de ampliar las traducciones y ediciones de Pat, y luego me deslizo raudo hacia el comentario.

A pesar de habernos llevado a recorrer extrañas y oscuras costas se convierte en una agradable sorpresa, siempre nos entrega lo inesperado, es una obra abigarrada, heterogénea. En ocasiones los epítetos no captan la esencia de la persona a quien van dedicados, más que “Reina del Ciberpunk” es una “Dama de lo Oscuro”, quizás coquetear con el movimiento permitió que alguien le arrimara el apodo. De los trece relatos de su antología tres son sobre vampiros o entes similares, otro es sobre relaciones EPS (percepción extrasensorial), dos practican un terror especial y sutil (uno en un marco infantil que se eterniza y otro en un marco colectivo que puede llegar a abarcar a la humanidad), una pareja describen ET’s muy peculiares, un par se agrupa en la CF sociológica y sólo un trío emerge como ciberpunk, pero una vez colgado el sambenito a alguien no hay quien se lo quite. Los agradecimientos y la dedicatoria muestran una persona de múltiples vínculos emotivos y preocupada por los suyos.



Las introducciones poseen el extraño sabor de la autenticidad, te invaden con su honestidad pero terminas mirando hacia una dirección que no colinda con la expuesta en el cuento; parecen redactadas expresamente para desconectarte (en un ejercicio de extrañamiento brechtiano); a pesar de su validez y de su criterio de certidumbre iluminan sólo la zona de su vida que fue impactada por el tema del relato y por lo tanto termina exponiendo con éxito el motivo que tuvo para crearlo… en ese instante, si le creemos o no aquello que nos dice, no rompe el encanto de la historia que se desenvuelve por si misma sin muletas.


La carátula es lamentable y poco inspiradora, en cambio, el prólogo de Elvio Gandolfo es fiel por lo que recoge y exacto por lo que escoge para exponerlo, con suficiente información para despertar gusto e interés, pero con la distancia requerida para no revelar los intestinos del libro. De aspecto leve, para no estorbar el contacto con la autora, uno cree que se desliza por sus frases sin casi alterarse pero luego encuentra que nos ha dejado huella.

Suele ser autobiográfica, pero no oculta su intención de ligar acontecimientos vitales con neopautas esclarecedoras (“
Matrices”). Sus relatos no apuntan hacia la acumulación de tensión que se suelta con el resorte de la frase o párrafo final, sino que nos arrastran a territorios ignotos con una torsión repentina, son narraciones de viraje casi todos ellos, ya sea que apunten hacia el castigo (“La venganza es tuya”), la confusa debilidad ante lo inconfesable (“Fue el calor”) o la demolición triste de las ilusiones (“Angel”).

Los personalizo por que adquieren un temperamento, una identidad propia mientras los leemos, devienen inolvidables por que en cada uno existe una concatenación armoniosa entre flujo constructivo, temática chocante y elaboración cuidadosa de personajes, que brotan con una nitidez, de tan precisa, dolorosa (“
El guardián de mi hermano”).

Su oscuridad la envuelva, los rudimentos tecnológicos a los que apela son sólo nervaduras que ayudan a sostener la portentosa cúpula gótica de la CF que ejecuta, uno podría proferir: ¡Que tal mejunje!... y además conectado con las novelas clásicas de los 40’ y 50’, pero en un contexto desesperado, donde las salidas se han cerrado y la esperanza ha sido desterrada. Pero no negaría que mueve y articula los referentes que elige (“Seguir rockeando”) hasta conmovernos.
Disfrutan de un grafismo visual potente, que permite seguirlos en plano secuencia, en zoom, en panorámico o montaje alternado (“El poder y la pasión”), pero Pat controla su material y no se permite —consciente de la trampa de la facilidad visual— deslizarse hacia lo banal, experimenta con el lenguaje y a momentos parece convertir en puntos de vista a los personajes para evitarnos la tentación cinéfila y nos obliga a reflexionar, por eso algunos se albergan de lleno en la CF social (“El día en que los Martel consiguieron el cable”). Cuando amaga derivar hacia el policial (“Dos”), arriba a sus caletas ignotas (aquellas de Hammett o Himes), al costado lóbrego de l@s human@s; así que la resolución del misterio aunque ataña a los mecanismos impulsores del texto, siempre deja espacio a lo esencial, que termina flotando como una nata sobre abismos de desconocidos elementos, y esa sensación de inacabado planta la zozobra en nuestras neuronas.
Otras veces recurre a obturar nuestro intelecto para conmovernos, ofrece un laberinto casi de aire y arena y luego en una ruptura de compartimentos, que actúa cual revulsivo una y otra vez, nos enfrenta a nuestras contradicciones (“Rescate en la ruta”), no le interesa nuestra comodidad, nos advierte de los peligros que yacen bajo las superficies, en apariencia tranquilas, de los suburbios USA, de los rutilantes y engañosos panoramas que edifica el capital para distraernos y domesticarnos, y todo eso construido con recursos populares que abarcan desde las tonadillas (“Ini, mini, ipsatini”) las discotecas y la música popular (“El cruce de Chico Lindo”) hasta el jogging (“Otro que toma el camino”)



Matrices: Acude a un par de fenómenos de masas de distinta índole: el magnicidio y la violencia emitida por la TV, que podemos considerar triviales o agresivos según sean las convicciones en que nos amparamos, pero a los cuales les abre un dimensión extra conectada con la visión esquizoide del mundo que much@s televidentes comparten, y probable origen de numerosos comportamientos desquiciados y que estaría a la base de una cierta anomia y resignación ante el poder (como ocurre con la posverdad en la era Trump), señalando que con frecuencia serán personas “normales” en apariencia, bien ajustadas y convencionales quienes irrumpan rasgando las mallas sociales para reemplazarlas por los evanescentes pixeles de la realidad virtual. Queda una duda respecto a la ordalía final: ¿representa una auténtica inflexión donde realidad concreta y virtual se funden sin diferenciarse o es la crisis psíquica del protagonista empujada a su máximo esplendor?. Reitero, uno elige según su convicción respecto a la TV
 


Ini, mini, ipsatini: La sensibilidad con que se acerca a la reproducción de la existencia de las familias de escasos recursos establece un criterio simultáneo de análisis social y descripción empírica de aquellos barrios que fueran su albergue, va implícito entonces el factor salario, la migración por desempleo, ese trashumar en una variante de “road movie” buscando un lugarcito tranquilo con mejores perspectivas. Combina un puntiagudo y atroz apotegma: “igual te liquida tu morada que un arma” con el arrepentimiento de Raskólnikov (Crimen y castigo de Fedor Dostoievski), el nervioso montaje de Michael Moore y la contrición del desasosegado asesino de “Corazón delator” (E.A. Poe). 


El problema del protagonista consiste en porcentaje significativo en no saber cuando detener los molinos de la imaginación, lo cual mixturado con la tensión cotidiana generada por la pobreza, las duras condiciones de vida y el remordimiento, demolerán su confianza en los mecanismos del mundo. No importa el motivo de su grupo de referencia para que lo designen como aquel que debe ser humillado (quizás un enlace hacia las creencias cristianas de l@s muchach@s que lo conforman), lo cierto es que el episodio tendrá el latido de un dolor exquisito y la líquida fluidez de una corriente de lava basáltica, hasta que la emoción del juego es sustituida por el licor lóbrego del miedo, y la alegría intrínseca en correr, saltar, gritar, esconderse, es reemplazada por la blanda melaza gris del terror que nos agarrota, nos vacía la mente de pensamientos, y nos deja inermes para ser invadidos por los monstruos que acechan en la oscuridad. Al final se levanta tozudo un interrogante mayúsculo, y uno no sabe si estremecerse ante la ambigüedad de un adulto que intenta cumplir con la cuota de amargura que le adjudicaron sus pares en algún momento y que no supo resolver o… alegrarse que a uno mismo no le tocara sufrir un destino semejante y tan horrible como para mantenerse asustado de por vida.


La venganza es tuya: La satisfacción que destila en el introito augura una performance destacada. El punto de partida es un negocio sui generis, ingenioso, una genuina innovación, como vamos enterándonos por pedacitos de los motivos que impulsan a la protagonista, cada cual nos impulsa y suponemos que transitamos en una dirección hasta que llegamos a la tumba, y comprendemos cuando nos conecta un uppercut a la mandíbula del intelecto lo equivocadas que eran nuestras presunciones.

La ambientación precisa, la construcción de personajes adecuada, las explicaciones sápidas, bien lograda a pesar de ser tan corta (la única objeción) y cuando queremos más al final de una historia redonda es por que nos ha gustado más de lo habitual.


 

  El día en que los Martel consiguieron el cable: Por un momento rememoré “Las poseídas de Stepford” de Ira Levin, aunque separadas por casi dos décadas existía un hilo conductor, sin embargo, Pat deriva hacia un doloroso engaño llevado hasta el máximo para extrema gloria de una venganza conyugal, y aunque es cierto que nos resulta difícil avizorar el viraje al que someterá las ocurrencias del relato, la indignación cuando sospechamos lo que ocurrirá, está servida. Es inevitable la solidaridad con la víctima y el desprecio hacia el victimario, ya que si algo como lo sucedido pudiera ejecutarse a pedido vegetaríamos en otro tipo de sociedad y si se sirviese oculto desde los tenebrosos intersticios de la actual, de descubrirse sus trapisondas tanto contratantes como empresarios deberían recibir un castigo superlativo. Es CF rutilante en la forma y con tema asqueante, duro y en extremo desfachatado, ya que constituye un asalto a los derechos humanos individuales… y para fenomenal burla, los últimos desagradables momentos del inmolado, antes de su transición al limbo, ascienden en intensidad para agobiar al lector.

Rescate en la ruta: La relación interespecies sentipensantes será casi siempre sorprendente y no importa lo que podamos especular nos superará lo que acontezca, ya lo han planteado de modo espléndido Cherryh (saga de Chanur) 
 



o Niven (los Pajeños de La Paja en el Ojo de Dios), McDevitt (tetralogía de las Nubes Omega) o Lem (Edén o Solaris), Silverberg (Espinas o El hombre en el laberinto) o Bradbury (Crónicas Marcianas), Weinbaum (Una Odisea Marciana) o Brin (Elevación de los Pupilos). Pat elige un segmento impactante no por ser algo atípico sino por su significado repleto de perversidad… y encima alienígena: establecer concordancia con los deseos de ciertas especies como empleado será terrible y aterrador, la ironía de tal situación socavará cualquier coherencia, desmantelará los patrones organizativos de la autoestima y colocará a la persona dependiente bajo el fuego de una permanente entrega sin propósito discernible (siquiera para justificar el sacrificio), es factible que enloquezcamos, mesurados o apacibles (tengo clavado en las neuronas a Frederik Pohl y su “Nosotros, los comprados”) pero ese vínculo cambiará nuestros comportamientos al extremo de que también seamos incomprensibles (Damon Knight en “Stranger Station") y aunque el contacto sea mínimo, al no conocer las redes simbólicas y las secuencias jerárquicas que yacen tras la historia de las reglas que enarbole el alienígena en cada episodio y los giros del lenguaje para formularlas terminaremos por ser utilizados con frecuencia de manera brutal, con el consiguiente impacto sobre el ego y la estructura psíquica.


Seguir rockeando: El estilo vibrante, entrecortado, casi jadeante, trasmite la carga de angustia y melancolía que suele aglutinarse con frecuencia en el rock. Aunque parece estar más ubicado en la ruta convencional del ciberpunk (pero no por eso mitigando el escozor que suelen producirnos sus relatos) evoca a “La chica que estaba conectada” de Alice Sheldon (James Tiptree Jr.), y tal semejanza señala que trasciende el marco de una época para ubicarse —desde el intento de esculpir al personaje— en la galería de las puestas en escena que no envejecen, al decirnos algo distinto cuando los releemos. Lo encontré hace algún rato en Qubit N° 15, revista cubana de CF digital donde pude degustarlo por primera vez, en cuya ocasión a pesar de captar a la protagonista como una adicta que podría librarse de sus ataduras con el rock & roll, no extraje las consecuencias de ese proceso, ahora en la relectura observo que es una esclava sin redención, lo que empuja a reflexionar que ya se están plasmando en nuestra realidad algunas de las tendencias allí señaladas (escaneo retinal para certificación financiera o deformaciones corporales por moda), y si hacia esos turbulentos meandros deriva el capitalismo, no habrá viraje tampoco para los sirvientes que viajamos con él.

 Otro que toma el camino: Estremecedora viñeta sobre el contagio a través de las esquinas secretas y pavorosas que albergamos en nuestra mente. Mientras leo en el autobús, en seguida recuerdo tanto películas: Forrest Gump o relatos: “El corredor” de Ib Melchior (también director de filmes de CF, el relato adaptado por Paul Bartel como Death Race 2000 en 1975, con las actuaciones de David Carradine y Sylvester Stallone, y producido por Roger Corman), como novelas: La larga marcha de Stephen King firmando como Richard Bachman


Absorbente estampa dedicada a la manía de pertenencia a un grupo, te lleva al centro del mismo y cuando un bache interrumpe la lectura y miras a la calle te extrañas de no encontrarte entre los corredores, de alguna forma lo expuesto se conecta con cruzar un país trotando, con asesinatos cometidos ante el paso de los atletas o con un tufo a psicosis colectiva, pero a pesar de las vecindades que se establezcan, la diferencia estriba en el sutil terror que se instala en las comisuras del relato (las manías secundarias que provoca el fenómeno de miles de maratonistas que cruzan el continente sin descanso y sin pausa como si estuvieran galvanizad@s por un poder sobrenatural, también merecen ser observadas: groupies, snipers, frustrados participantes que pululan en los bordes de la masa), en las bisagras de conecte entre los episodios (esa exacta demolición que de sus andamiajes de amarre con la realidad obtiene Pamela, la divorciada que cuenta las contingencias), aunque intuimos lo que ocurrirá y nos angustia que suceda, sabemos que la lógica implacable con que deviene nos llevará a resignarnos pero no a aceptarlo. De su humus se extraen alocadas y variopintas interpretaciones, ya que puede ser visto de diversas maneras: a. un sueño de poder adolescente, b. la metáfora del cuerpo como máquina de movimiento perpetuo, c. un hipervirus sembrado entre nosotros para aniquilarnos, d. una energía frenética provocada por la renuncia a seguirse adaptando a la sociedad y traducida en el impulso de CORRER, que al final es como un orgasmo continuo.
 





El guardián de mi hermano: Hermoso y triste, avanza cual mecanismo, pero nos agarra cual emoción y nos estruja y no nos abandona ni por un instante, un tirón doloroso tras otro te lleva hasta el párrafo final. Siempre la velocidad y potencia de los diálogos, una cierta teatralidad en lo concerniente a los personajes y el manejo del espacio, proporciona sostén a las peripecias y hacen creíble lo que después emergerá. Hay un regusto clásico a lo Leiber en “Los que pecan”, una aproximación a “Barrera siniestra” (Eric Frank Russell) aunque con un sabor menos áspero y un acercamiento, casi aggiornamento a lo Chelsea Q. Charbro en “Nómadas”. 



Fascinante aproximación a la realidad USA, sin aspavientos la revienta, sin ambages la desnuda y su final apunta a que tal cual es no existe alternativa. De la familia disfuncional arrasada por el “American Way of Life” pasa a los sistemas de circulación educativos y a los dispositivos de inhibición: no ver a esos seres abominables a pesar de que coexisten e interfieren, es anonadante, no importa lo que sean: extraterrestres que medran con discreción, sociedades vampíricas encubiertas, grupos secretos transmutados por la oleada de contaminación y capitalismo salvaje que devasta al planeta, cumplen sus objetivos desde los resquicios sociales donde se ocultan, ampliando su actuar de un sector a otro gracias a la erosión del autorespeto y la corrupción. Dark hasta la médula, me permite comprobar que es más un antecedente para Poppy Brite por ejemplo, que una ciberpunk “avant la lettre”.
 
 

El cruce de Chico Lindo: De la mirada digital desde la virtualidad (enormes pantallas envolventes) hacia la existencia pixelada (sensores reproductores de pseudovida), existe un entronque entre la ilusión de ser representado por una imagen irresponsable de juventud eterna que no detenga en ningún momento la fiesta, y la alegría de la cultura de discoteca, también hedonista y sin compromiso; cuando cato “Chico Lindo” concurren sabores mezclados a mi remembranza: Rudy Rucker y “Software” pero sin su cientificismo, Silverberg en Retorno a Belzagor pero sin que sus proboscideos cuestionen la ruta, 



Zelazny en su 24 Views of Mt. Fuji, by Hokusai sin que sus dudas decoren las laderas del Fujiyama, Pohl y su saga de los Heechee pero sin sus avatares existenciales, Benford y su sextalogía del Centro Galáctico pero sin el trashumar de sus humanos cercados por los robots, y todos esos fragmentos vibrando en una coctelera con una cucharada gay en líquido ciberpunk, pero con algo peculiar que de nuevo es el valor agregado de Pat: concluye con una nota de rebeldía y esperanza. Muy bueno.
 

Dos: Con frecuencia presenta giros sorprendentes, aquí retuerce la telepatía hasta tornarla no solo irreconocible sino indeseable y mudarla en una condena como la sufrida por el telépata menguante de “Muero por dentro” (Robert Silverberg) o la soledad acuciante de Jeremy Bremer en “El Hombre Vacío” de Dan Simmons.


No por tener un poder y ser diferentes a los demás es fácil extraer provecho de esa característica, que en lugar de ser un don se convierte en castigo. Comparar la dureza amarga y muy real que brota de las circunstancias que atraviesan los dos: una adolescente enamorada de su verdugo (si, ya se que suena a masoquista, pero lo lleva en la sangre), que agrega la distinción de malandrín (estafador en juegos de cartas) con los tejedores telepáticos de “La mano izquierda de la oscuridad” (Ursula K. Le Guin) o con los robots equipados con poderes mentales de la serie Fundación de Isaac Asimov o con la Charlie de "Ojos de fuego" (Stephen King) que suma la facultad pirokinética, no es para equipararlos sino para distinguir el relato de Pat con su retorcida correlación de pareja que transita de la deformidad a la crueldad, sin dejar dudas respecto a que con frecuencia, conseguir la libertad requiere de la violencia en alguna de sus manifestaciones.

 

 Angel: Transido de congoja, invadido de nostalgia, un viento de exilio se cuela por las rendijas emocionales que levanta este fábula sobre un ET, especie de ángel caído condenado a compartir su agonía con nosotros, pero la aparente liviandad de lo proferido no logra ocultar un voluminosos fardo de critica social (como acontece con frecuencia en sus obras, este tema se infiltra y llega a ser primordial en algunos momentos). Muy visual, parece fácil adaptarlo al cine, es notable como maneja su material, quizás por eso surge nítida la pulsión esperanza-desesperanza (propuesta por Edgar Morin desde fines del siglo pasado como una de las tres esenciales en este momento de crisis ambiental planetaria). Presenta una de las mejores descripciones de la amistad entre marginales, ambos expiando: el terráqueo su hermafroditismo, el ET su caída celestial sufriéndola de tal forma que antes del término de su condena habrá perecido, 


creo que el especial Queer de Gigamesh 43 se enriquecía si colocaba en su índice un comentario sobre “Angel”. Pero aún informando tanto no he destripado el relato, en el reposa un universo de contactos fraternos y reglas escondidas que hieren, llevado a un ritmo que cautiva y que lo enriquece mientras los protagonistas se construyen ante nuestra vista por sus decisiones y fallas y donde otr@s autor@s se desvivirían por complacer y ser bland@s y complacientes para no sacudir al cliente, Pat lo transfigura en tenacidad y filo, por eso a pesar de que usar la Tierra como cárcel es un argumento frecuente —desde series de TV (Hard Times on Planet Earth) a novelas (Los señores del tiempo de Wilson Tucker)—, Cadigan consigue insuflarle una melancolía y una sensación de fracaso que lo diferencian y la guardan en la memoria.



Fue el calor: Hubiera deseado un párrafo más, no para aclarar el sentido de lo leído sino para excitarme y transitar hacia una dimensión donde arquitectura, texturas, contexto, clima, costumbres, música y sexo se funden… gracias a la pasión.
Nueva Orleáns con su particular diseño urbanístico, el jazz con su síncopa deslizante sobre la melodía recreándola, la luz amarilla que inunda las calles, las mujeres hermosas que sudan y sonríen, las costumbres liberales, el vudú que se asoma hasta en el Mardi Grass y la urbe que se abre como un fruto multicultural para ser paladeada, era el mejor sitio para exhibir esta historia de arrechura y obsesión por el goce, claro que le denominan “calor”.

 El poder y la pasión: De nuevo cuando leo un relato de Pat se me inundan los ojos con las imágenes de un film: Vampiros de John Carpenter, donde Soames podría ser un Jack Crow (James Woods) desagradable. Repite el método de apoyarse en un chocante y enredado giro que nos descoloca, el amor por la tortura campea, las imágenes sangrientas se descuelgan por los bordes de la página, las acciones dinámicas y mortíferas proliferan, y la crucifixión es descrita como un asesinato lento que reaparece como tatuaje-trampa para no muertos; pero el despliegue de los eventos conduce a un final satisfactorio y sin fisuras y erige como interlocutor un monstruo que más allá de lo feroz logra ganarse un lugar es ese costado deplorable que tod@s acarreamos en nuestra mente… y nos agrada.





















Arte del Comentario (no pude encontrar los artistas de algunas de ellas, lamento la ausencia de sus nombres pero puedo remediarlo más adelante)

1.Tuesday's Child YearV Wall015 de Michael Parkes
2.Ciberstealth Ara0318 Luis Royo
3.Cibernetic 233 Ryu
4.Tres hermanas, las de Celedonio Perellón para Decamerón de Boccacio
5.Hermana de Sigmar by Mancomb Seepwood (Francisco Rico Torres)
6.Portada de Por Amor a Imabele de Chester Himes (tomado de la página homónima)
7.Ballerina de Michael Parkes
8.Podtadas de las colecciones Matrices y Patters
9.Illustration for The Tell Tale Heartthumb por Virgil FinlayHeartthumb
10.Carátula de El Corazón Delator
11. 3 Ilustraciones sobre Venganza: Golden Axe - Vengeance by Gorrem & Vengeance by Shi Shuo & Vengeance of Alphaks equinox_0139 Jeff Easley
12.Portada de Las Poseídas de Stepford
13. Chanur's Breakout XXX_1591 & Chanur's Homecoming XXX_1095 & Chanur's Homecoming XXX_1095 por Michael Whelan
14. Brightness Falls from the Air de Tiptree por Bergeron & Her Smoke Rose Up Forever de Tiptree por Picacio
15. Afiche del film Death Race 2000
16. Portada de La Larga Marcha de Stephen King firmando como Richad Machman de Ediciones Martínez Roca
17. Cover from Sinister Barrier de Eric Frank Russell
18. Portada de Nómadas de Chelsea Quinn Yarbro

19. Carátulas de Regreso a Belzagor - Silverberg, Robert & Software - Rucker, Rudy (ambas de Martínez Roca)-
20. Cubiertas de: A través del Mar de Soles de Gregory Benford & Pórtico de Frederik Pohl
21. Tapa de El Hombre Vacío” por Dan Simmons
22. Covers de La Mano Izquierda de la Oscuridad por Ursula K. Le Guin 
23. Tapa de Gigamesh 43 (Especial Queer)
24. Covers de The Time - Maestros del Tiempo, los
25. Dos fotos del Mardi Gras de New Orleans
26. Afiche y fotograma del film Vampiros de John Carpenter
27. Trail of Vengeance de Bayless



 

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