Pilgors & Rancors: Batiburrillo paraguayo o sancocho colombiano

 


¿Pilgors?, ¿Rancors? Continuando con mis relatos ubicados en el traspatio periférico de ese odioso imperio interestelar decadente y tiránico, me apropió de las palabras de mi amigo Víctor “La guerra envilece tanto al opresor como al oprimido” y tras recogerlas presento un día en la vida de un soldado y como sus pulsiones lo conducen a un desenlace inevitable. Agrego que el nombre surgió mientras conversaba con mi hijo Arcadio sobre monstruos de comics y películas 

 

Lo esencial es difícil de transcribir. Quizás por eso la campaña por la cual acababa de atravesar se me aparecía como un amasijo indistinguible de padecimiento y sangre. Al inicio, las flotas rebelde e imperial se entrelazaron en dura pugna en una esfera de varios días luz; los rociadores de espuma cuántica habían sembrado de puntos con efecto Zero las posibles trayectorias de las naves, para que se las tragasen y las hicieran estallar como mini bang bangs creadores de universos de bolsillo, que luego colgarían como racimos en nuestro vacío. 

Los resultados fueron óptimos para ambos contendientes: fragmentos óseos, astillas metálicas, residuos plásticos, nubecillas de nanocomponentes, gotas de fluidos o restos de otros materiales, en general basura cósmica provocada por el enfrentamiento, llenaba un radio de varias decenas de parsecs centrados en torno a un par de objetivos que debíamos invadir. 

Con uno de los objetivos no ocurrió suceso alguno, estaba vacío, pero el otro… Un planeta entero había reaccionado contra las tropas y auxiliares imperiales y disfrutó agotándonos, cazándonos, diezmándonos, hasta la extenuación y retirada. Se rumoraba que algo similar aconteció en otro cuadrante hacia algún tiempo, pero el intercambio entre bases de datos arrojaba ubicaciones distintas o quizás habían sido varios los lugares del suceso; en esa ocasión el mundo acometido levantó una especie de cubierta protectora intermitente que lo borraba de los sensores y aparatos sin permitir ni ataques, ni espionaje o incursiones a distancia (ver relato Inconquistable), pero que a la sazón no se había instalado por completo y permitía un flujo constante de huestes y suministros. 

Creyendo que era una oportunidad, supuestos previsores, no abandonamos la biosfera y seguimos inyectando masas de soldados, que se agotaban en poco tiempo, para mantener esas ventanas de comunicación y flujo. Nos aferramos a ese leve resultado, comprobamos que el planeta permitía un mínimo de presencia, y como requeríamos huir para lamernos las heridas, la rueda de la invasión permaneció girando con menor velocidad, mientras pagábamos mediante una hemorragia horrorosa el precio de la permanencia.

Algunos de los oficiales hasta hablaron de “maniobra tramposa” para desgastarnos, que la flota rebelde sólo resistió lo suficiente para empantanarnos y luego ante el enemigo fantasma que nos aniquilaba persistíamos por la frustración de caer sin saber contra quien luchábamos. Cuando arribamos a ese momento de reflexión frecuente entre catástrofes, me encontraba entre los cuadros de recambio que reingresábamos una y otra vez para que en las estadísticas contara como operación larga y no como derrota. 

Sin embargo, quienes conformábamos ese equipo más o menos permanente de invasión, empezamos, a medida que se ampliaba el lapso de duración de nuestra presencia, a sufrir una enfermedad extraña, “descatalogada” hesitaban los del cuerpo médico, ya que según su plataforma informática era una rara variante del hacía evos desaparecido “síndrome de Sjöberg” que afectaba por igual a ambos sexos, con alta probabilidad de ser inducido por las nubes de microliquen que nos arrojaba la fronda, apenas nos arrimábamos. Al padecerla, las relaciones sexuales, si es que superábamos el horrible impacto de la introducción, devenían en una dolorosa tortura, tanto en la penetración para varones como en la recepción para hembras, los penes eritematosos, hinchados y semifláccidos y las vulvas —y anos— blanduchas, escamosas y secas repletas de minilesiones nos empujaban a evitar el coito, y los padecimientos nos hundían en profundas depresiones. Además, los problemas psicológicos con la libido en descenso mostraban una fuerte tendencia a salir a flote en los peores momentos, agravando la ejecución de las misiones; parecía que la bioquímica planetaria gozaba al crear una forma esquiva, ubicua y potente, pero inmune a los esfuerzos de encontrarle cura, para humillarnos. 

Se comprobó que alejados los infectados del entorno donde se contagiaban remitía, así que la noria bélica empezó a arrojar nuevas hornadas de “marauders” retirando a los afectados. Para mi, significó un descanso bienvenido tras un período agotador. No obstante, algo que no reseñaron los partes sanitarios fue que tras desaparecer el malestar, priapismo y vulvitis lo sustituyeron, así que cuando bajamos a la superficie de Tremont, que funcionaba como plataforma de intercambio, íbamos cargados de deseos y fluidos, encendidos cual artilugios energéticos, repletos de ansías primarias listas a proyectarse. Por primera ocasión latía en mi la pasión erótica y no el impulso tanático de lacerar y mutilar. 


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PIR-202 / 18::18: 

Hoy desembarcarán varios oficiales provenientes de una campaña monitoreada. Identificarlos y ejecutar operación de extracción, sustitución, disolución o domesticación acordes a las características de los involucrados. 

Preparar equipos según lecturas de los biosensores y proyecciones de los transpondedores empáticos

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Desde mi reclutamiento, cada momento que pasaba de vacaciones lo dedicaba a planear y ejecutar asesinatos de mujeres, oculto en las multitudes que colmaban por cortos períodos los destinos de asueto, dejaba un auténtico reguero de cuerpos mutilados, la idea del “fugit hora” me acuciaba y corría riesgos que se acumulaban; varios polizontes llegaron a sospechar de nuestra unidad, pero con las variaciones de cuadrantes y el trasiego de miles de grupos se olvidaban del resultado del seguimiento y las suspicacias levantadas se extraviaban entre la masa de datos que vomitaban las IA, además para la guerra ese dato no era crucial y lo traspapelaban y vuelta a empezar en la próxima bajada.

 Mientras deambulaba en el espaciopuerto, aunque vibró una intuición en el borde de la conciencia, quizás por ser mi segunda visita, decidí sin embargo no romper mi hoja de ruta y mantener lo programado, con eficiente olfato ubique a los abastecedores de horrores urbanos, y tras un contacto que borrara las suspicacias y demostrara mi limpidez de motivos me trasladaron a un lugar donde se llevaban a cabo descuartizamientos y fragmentaciones. 

En Tremont se acostumbraba atrapar muchachitas en flor, de escasos recursos (concepto siempre problemático en sociedades donde el límite para ser miserable es casi imposible de alcanzar) o mejor de escasa resonancia mediática, adolescentes solitarias o recién arribadas de las remesas de clones descriogenizados que los colonos dejaban como huellas suyas por donde pasaban las megaestatocolectoras, y cuya desaparición apenas si levantaría revuelo, las soltaban en un anfiteatro con suelo de esponja y arena, y abrían las jaulas de bestias predadoras que desencadenaban una orgía sanguinolenta. 

Uno, sentado en las graderías, mientras las salpicaduras y trozos trazaban geometrías delirantes en el suelo y las paredes, y se olfateaba el aroma férrico de la hemoglobina o sustancias similares según especies en el aire, gozaba adivinando cuales sentipensaban su postrer día, jugábamos con la seguridad que varias de las descuartizadas no poseían cuerpos de recambio y su desvanecimiento de la realidad atómica sería definitivo; para el virtual bastaba que “alguien” (IA enloquecidas o paranoicas) se introdujera en el sistema y eliminara los vestigios que permitieran constatar su preexistencia objetiva. 

El precio para participar en el espectáculo no era barato y por eso tenía que elegir con acierto el nivel del entretenimiento y la escala de despliegue, para enervarme lúcido, mientras en simultánea artimaña elevaba mi psiquis a la dimensión requerida para predisponerme a liquidar sin riesgo y en el menor período a un puñado de víctimas propias, de preferencia mujeres con sobrepeso, nínfulas y adolescentes prioritarias, pero sin despreciar otras clasificaciones. 

Cuando brote de la cúpula de esparcimiento traía una erección feroz disimulada por mi túnica, y buscaba entre la muchedumbre aquella que sirviera para aminorarla, casi de inmediato vislumbré un rostro que me provocó una sensación de “deja vu” acompañado de un altivo tafanario musculoso, esférico, tan bello que se aproximaba a una declaratoria de beligerancia, ella vestía un musgo transparente que trazaba obediente y aleatorio figuras de aves y flores sobre su piel, excepto en donde los volúmenes se imponían. 

Me deslicé detrás y pronto fue un jugueteo de miradas que fingían apartarse al tropezarse, mohines que buscaban enervar fingiendo estar dedicados a las ristras de jebecillos que colgaban de los tenderetes, de los collares de piedras semipreciosas, de las máscaras emplumadas, de los minimódulos comprimidos, de servomecanismos empaquetados, de los parche-software, de los nanodiseños enresortados, de ocelos multifacetados, de cortezas talladas, de juguetes ornamentados... y así. 


Con destreza eludía los nudos densos de cuerpos y se escurría entre las multitudes de ejemplares de diversas especies que constelaban el inmenso mercado que palpitaba y se derramaba en/por la colosal plaza (en una placa móvil que trepaba por minaretes, terrazas, columnas y domos y luego se expandía en globos se anunciaba su nombre: Frank Paul, sabía que si consultaba mis memorias adicionales sabría de quien se trataba, pero estaba ya obsesionado e interesado con profundidad en las esquivas posaderas que apremiaba entre el gentío). 

Era hábil y eso que en cualquier otro momento habría gatillado la cautela sólo sirvió para enfebrecerme, por su espalda se deslizaban las gotas de sudor que el esfuerzo provocaba y me solazaba pensando que pronto cataría su sal, suponía que por la velocidad de su desplazamiento pronto estaría agotada; sin embargo, si aceleraba creyendo que podría tocarla, sin denuedo artificioso se mantenía a igual distancia demostrando que sus fibras musculares estaban entrenados, también para ese instante los giros me habían despistado y tenía que recurrir a mi muñequera para pedirle datos de ubicación, cada vez pautados por períodos más largos de extravío, giraba y giraba en un remolino cuyo ojo pulsaba sobre esas soberbias ancas que me precedían, extravié el esmero con que debía orientarme y terminé por obnubilarme. 

 Su cuerpo brillaba y era a cada ciclo trazado en la aglomeración más atrayente, los pájaros y las flores cruzaban por su dermis raudos y excitantes, los picos parecían hundirse en los cálices en una cópula enervante; nos embutimos en una zona plagada de vociferantes vendedores y donde las superficies estaban cubiertas de tal manera por las rumas y concentraciones de mercancías que los estrechos pasillos apenas si permitían transitar a los compradores. El deseo palpitó en mi garganta, se entumeció en mi falo, exudo por mis poros, la perdía con frecuencia y siempre algo o alguien que mi mente pretendía se reiteraba desde el espaciopuerto, se cruzaba. 

Ora era un “cuerudo” marrón coronado de cuernos, ya un fatigoso bunbeyano de 400 kilos, un espigado otaltillo de celestes y delgados brazos, un esférico zano cubierto de manitos, un amblano que movía rítmico cada mitad en torno a su punto de ensamblaje, me exasperé y terminé por empujar, apartar, codear, arrollar, lo que fuera, para mantenerme a su zaga, apesadumbrado admití que apenas si la vislumbraba lo suficiente en mi visión periférica para doblar en ángulo o voltear alrededor de una pila informe de vegetales o de cestas de gusanos, la consternación se emplazó en mi pecho, perdí el control y corrí, derribé y pisotee, pero por fin allí, al fondo penumbroso de un pasillo, temblorosos, apetitosos, relucientes trepidaban temblorosos sus glúteos, me lanzó una mirada abrasadora y abrió una puertecilla, en un sitio donde mi sensor de topología descriptiva no consideraba posible que concurrieran áreas encerradas, aunque el dato aleteó al fondo de mi consciencia lo esquivé y me precipité logrando meter el pie en el dintel y evitar que se cerrara, me introduje, me lancé a la oscuridad y… caí. 

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PIR-202 / 20::20: 

Formación del Equipo Extractor destinado al oficial denominado en clave”Ripper”: 

Humana con estructura ósea adecuada, contornos apropiados y perfil emocional correspondiente, pariente en primer grado de una de sus víctimas anteriores, para anclar la imagen de reclamo

Cuerudo, sus cuernos sueltan escamillas que siembran ideas obsesivas cuando la situación mental lo permite 

Bumbeyano, su sudor aturdidor produce ruptura temporal, en especial cuando tocas su piel 

Otaltillo, el movimiento oscilante de sus largos brazos es un tranquilizante neuronal, que disuelve alertas 

Zano, exhalador de feromonas aturdidoras y/o enervadoras

Amblano, emisor de ondas distorsionadoras de orientación espacial 

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Todo posee un límite, y alcancé el mío en ese momento de epifanía anterior a la caída, cuando creí que tendría a la jugosa presa perseguida al alcance, primero para penetrarla y luego para tasajearla. Ahora, mientras las jaulas del anfiteatro (similar o quizás el mismo de los desmembramientos anteriores contemplados) se abren y los monstruos ¿pilgors?, ¿rancors?, se precipitan sobre mi, lanzo al vuelo digital desde mis implantes, antes de los mordiscos y jalones que me desgarrarán, mi postrer imagen (y no es tanática sino erótica) consagrada al hermoso y tremendo nalgatorio que me cautivó atrayéndome a mi ordalía. 

Al releer el relato tropecé con una orientación visual poderosa fijada en las posaderas de la acosada y las obras de Mitch Byrd destellaron en mi memoria, aunque no correspondan temporoespacialmente decidí remontar esa objeción y rendirle una ofrenda al artista, los nombres brillan por sus ausencia, aquellos que aparecieran serían en la mayoría inventados, preferí que quedaran en el anonimato, pero espero que igual gocen ustedes conmigo del relato y las ilustraciones


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